Este artículo fue escrito como una colaboración al boletín cultural Revista de la Cepeda:
Conocido en la antigüedad con el hermoso nombre de “Petra
Leve”, el asentamiento prerromano situado en la localidad de Sopeña se yergue
sobre el horizonte como un velero que cabalgase las olas. En lo más alto, como
si fuera el puesto de vigía, se alza un farallón de cuarcitas que desciende
casi verticalmente hasta el río Tuerto. Quizá el Homo neandertal y sus
antepasados los Homo heidelberguensis cruzaron en un remoto verano del Paleolítico
Inferior el rio cuando este pasaba por encima del castro, pero después de
incontables riadas las aguas han buscado
su cauce por el estrecho pasillo ganado a las cuarcitas que allí se encontraron.
El resultado es un promontorio defendido por la altura de
las rocas y por el propio río. Estas coincidencias geológicas fueron
aprovechadas por nuestros antepasados prehistóricos para situar sus poblamientos, que si bien en
el Neolítico final y principios de la Edad Del Bronce se situaron en los valles
recién domesticados y de fácil acceso, fueron paulatinamente fortificándose,
enrocados en promontorios como este. La ladera aterrazada orientada al sur no
es más que la consecuencia de la disposición de las cabañas que en su día
formaron un entramado habitacional bastante irregular, comparado con la
ordenada traza romana que pudo tener siglos después, cuando las legiones de
Augusto sometieron al pueblo astur y romanizaron el asentamiento.
Es complicado hablar de cómo pudieron haber sido las cosas
en Petra Leve hace dos o tres milenios, y más con la ausencia casi absoluta de
datos arqueológicos o excavaciones que
pudieran guiarnos en ese sentido. En todo caso, es de suponer un origen astur
al asentamiento, y que después de la conquista romana pudo pervivir al amparo de la cercana Asturica Augusta. Esta
cercanía y los productos agropecuarios de la vega del rio Tuerto debieron
originar un comercio continuo y productivo que,
ya en tiempos de la Pax romana, pudo aumentar los límites del castro
primitivo, extendiéndose el núcleo de
población ladera abajo. Si alguna vez se realiza un estudio del lugar, no sería
extraño encontrar restos de aquellas construcciones cerca de la carretera e incluso al lado del río.
De las rocas que coronan la parte más alta del castro
destaca la conocida “Peña de Santiago”, rematando el farallón cuarcítico y con
un plano horizontal orientado al oeste.
En esta superficie se encuentran grabadas las famosas herraduras que
según la leyenda popular se atribuyen a las huellas de las herraduras del
patrón Santiago.
La Peña de
Santiago coronando los bloques de cuarcita. Vista desde Presarrey
A principios de los años 50 del siglo
pasado Luis Alonso Luengo escribió un artículo titulado "Elementos paganos y heterodoxos en el
León antiguo", donde a su vez se citan varios trabajos de José María Luengo al respecto de este tema:
"Es curioso notar que el contorno todo de esta comarca se envuelve en una atmósfera sacerdotal, como se delata en el Castro de Sopeña, a tres kilómetros de Astorga, con sus leyendas religiosas, antiguas y medievales, y donde en la peña cortada a tajo sobre el río, aparecen siete marcas talladas, en forma de herradura, "representaciones del ídolo femenino símbolo de la fecundidad, en su estilización dentro de la fase del periodo eneolítico y renovada después bajo la cultura celta-astur", según descubrió José Mª Luengo ("Notas para la Historia de León y su Provincia" y "El Castro de Sopeña", en el Pensamiento Astorgano, 6 de Septiembre de 1951), marcas que, según Luengo, nuestro máximo arqueólogo leonés, aparecen también en otros lugares de la provincia, y que si, al cristianizarse la zona, se asocian siempre a la leyenda de Santiago, y a la fascinación del Camino Jacobeo, (como en Sopeña, donde se atribuyen a señales de las herraduras del caballo de Santiago, que afincado en la peña saltó sobre Astorga, cayendo al otro lado de la ciudad, en un prado donde, al posarse el caballo, manaron cuatro fuentes -una de cada herradura- que son las llamadas "Fuentes de Santiago"), todo ello revela - según José Mª Luengo- "una pervivencia cristianizada de las religiones primitivas".
"Es curioso notar que el contorno todo de esta comarca se envuelve en una atmósfera sacerdotal, como se delata en el Castro de Sopeña, a tres kilómetros de Astorga, con sus leyendas religiosas, antiguas y medievales, y donde en la peña cortada a tajo sobre el río, aparecen siete marcas talladas, en forma de herradura, "representaciones del ídolo femenino símbolo de la fecundidad, en su estilización dentro de la fase del periodo eneolítico y renovada después bajo la cultura celta-astur", según descubrió José Mª Luengo ("Notas para la Historia de León y su Provincia" y "El Castro de Sopeña", en el Pensamiento Astorgano, 6 de Septiembre de 1951), marcas que, según Luengo, nuestro máximo arqueólogo leonés, aparecen también en otros lugares de la provincia, y que si, al cristianizarse la zona, se asocian siempre a la leyenda de Santiago, y a la fascinación del Camino Jacobeo, (como en Sopeña, donde se atribuyen a señales de las herraduras del caballo de Santiago, que afincado en la peña saltó sobre Astorga, cayendo al otro lado de la ciudad, en un prado donde, al posarse el caballo, manaron cuatro fuentes -una de cada herradura- que son las llamadas "Fuentes de Santiago"), todo ello revela - según José Mª Luengo- "una pervivencia cristianizada de las religiones primitivas".
La
tradición popular asegura también que en el momento del salto se le cayó el
manto (en otras versiones el manto sería
de la Virgen), brotando al instante flores en la pradera y nenúfares en el río.
Una de las herraduras o
semicírculos de la Peña de Santiago
En
la actualidad la zona está francamente deteriorada, con los restos de la antigua vivienda del guarda de la Confederación
Hidrográfica que regulaba la apertura y cierre de los canales de riego, casetas
abandonadas y una imponente estructura metálica que se supone que es un
pararrayos que ya no protege nada. A pesar de todo esto y de las pintadas
grafiteras que afean el lugar y retratan
a los responsables, el entorno conserva el encanto y la magia de los lugares
especiales, y desde siempre ha sido
utilizada como zona de baño en verano, paseos románticos y domingos
tortilleros. Es costumbre también subir a lo más alto de las rocas a localizar
las herraduras y admirar la vista panorámica que desde allí se divisa.
Quizá por eso la Peña de Santiago posee hoy
unos cuantos símbolos más grabados en la roca. La mayoría son de época reciente
y algunos de ellos realizados por personas con evidentes conocimientos sobre cantería, y
a buen seguro con herramientas específicas para ese fin. Una decena de grabados salpican la roca
principal y alguna de las adyacentes, con símbolos de buena factura pero de
pésimo gusto, con diversa simbología oriental y egipcia que “chirría” nada más
contemplarla, además de alterar el
aspecto original del yacimiento.
Algunos de los
símbolos recientes de la Peña de Santiago
Teniendo
en cuenta que las referencias antes citadas solo hacen mención a los 7
semicírculos o herraduras (en la actualidad casi invisibles), se acepta sin
reservas que todos los demás grabados son añadidos en épocas muy recientes, y
así puede ser en la mayoría de los casos, salvo algunos en los que se plantea
alguna duda y otros inéditos hasta el momento y
que he podido localizar en una búsqueda más minuciosa.
El
primero de ellos es una cazoleta que aparece en la superficie horizontal y
principal. No es citada por Luis Alonso ni por José María Luengo, pero
la pátina y los líquenes que la recubren demuestran una cierta antigüedad, la
suficiente para que al menos estos historiadores la hubieran visto. En mi opinión esta cazoleta puede ser
contemporánea a la época prerromana del castro (Edad del Hierro), opinión que
se afianza con el descubrimiento en una superficie horizontal de las rocas
inferiores de una docena de cazoletas, algunas formando hileras y otras
agrupadas, en algún caso tan juntas que han originado un desconchón en la roca
con forma de trébol.
Este petroglifo no debe de sorprender en un entorno castreño, pues los altares con cazoletas pervivieron desde los tiempos neolíticos hasta la llegada del Imperio Romano. Los pueblos astures que lo habitaban en ese momento son el resultado de la integración de la cultura indígena anterior con las de las sucesivas oleadas de pueblos centroeuropeos. En estos lejanos territorios también se han documentado altares con cazoletas, por lo que en ese sentido podemos hablar de una cierta continuidad cultural, como así lo demuestran otras cazoletas que aparecen en otros yacimientos cercanos como las del Castro Encarnado de Cuevas.
Este petroglifo no debe de sorprender en un entorno castreño, pues los altares con cazoletas pervivieron desde los tiempos neolíticos hasta la llegada del Imperio Romano. Los pueblos astures que lo habitaban en ese momento son el resultado de la integración de la cultura indígena anterior con las de las sucesivas oleadas de pueblos centroeuropeos. En estos lejanos territorios también se han documentado altares con cazoletas, por lo que en ese sentido podemos hablar de una cierta continuidad cultural, como así lo demuestran otras cazoletas que aparecen en otros yacimientos cercanos como las del Castro Encarnado de Cuevas.
Una cazoleta aislada, posiblemente contemporánea de las herraduras.
Cazoletas agrupadas y formando líneas, talladas en una de las
rocas inferiores del castro
Hay otro símbolo con forma de rombo con
una cruz inscrita en su interior que necesitaría un análisis más pausado antes
de incluirlo en la categoría de los grabados recientes. Las dudas en este caso
son planteadas al coincidir con otros símbolos representados en el ya citado
Castro Encarnado de Cuevas. Al menos en
cuatro ocasiones lo podemos localizar en este asentamiento de similares
características (prerromano y romanizado después). Esta coincidencia debe
hacernos plantear una cronología mucho más tardía (castreña o medieval) de este
símbolo, y en todo caso alejada de los tiempos contemporáneos de los otros
grabados.
Rombo con
cruz incisa. Castro de Sopeña
Hay una última figura que plantea las mismas dudas y que
está situada en la Peña de Santiago, también junto a las herraduras y casi tan
invisible como ellas. Se trata de un cruciforme de pequeñas dimensiones y
cubierto totalmente por líquenes. Con unas medidas que apenas sobrepasan los 5
x 3 cm presenta un diseño muy sencillo que puede encajar en varios periodos. La
parte superior es una cruz normal con los brazos en ángulo recto, y en la parte
central del mástil sobresalen dos líneas con un ángulo aproximado de 40º. El
mástil se prolonga en la parte inferior y se aleja de las dos líneas
centrales. No hay una base que cierre el
típico triángulo de una supuesta cruz con peana.
Si bien el cruciforme puede interpretarse como un símbolo
cristiano (en ese caso su cronología oscilaría entre la Baja y la Alta Edad
Media), hay una serie de circunstancias en contra de esa adscripción, como son
su diminuto tamaño y la total ausencia de otras cruces (en esa roca y en todas
las demás). Tampoco tienen mucha explicación las líneas laterales oblicuas,
pues solo hay que mirar la foto para darse cuenta que la base triangular que
formarían sería tan grande como la propia cruz.
La otra posibilidad es que se trate de una representación
humana, lo que en la Arqueología se
denomina “antropomorfo”, y bajo este prisma las cosas parecen encajar mejor.
Aquí no importa el pequeño tamaño, pues las representaciones de este tipo de
figura no solían hacerse para ser vistas
desde lejos, y representaban más bien universos simbólicos restringidos a unos
pocos individuos conocedores del “ritual”. Las líneas oblicuas antes
mencionadas formarían las piernas, una de ellas ligeramente arqueada. Es obvio
decir que la línea central que se prolonga por debajo representa el sexo de la
figura. Comparando las tipologías de las cruces cristianas y las de los
antropomorfos con forma de cruz, no se encuentran parecidos razonables entre
las cruces religiosas, mientras que sí se encuentran paralelos en la de los
antropomorfos. Concretamente la figura encajaría con el denominado
“antropomorfo típico- sexuado”, si bien tengo que reconocer que en este caso
hablaríamos de “muy sexuado”. Es lo que hay…
Si consideramos esta
figura como un antropomorfo su cronología sería mucho más tardía, pudiéndose
vincular a los orígenes prerromanos del castro en la Edad del Hierro. Al
contrario que las cazoletas (que incluso pudieron haber sido realizadas por
culturas prehistóricas anteriores a los astures), parece realizado con un
instrumento de metal afilado, necesario para grabar líneas tan finas en la dura
cuarcita.
Quizá algún día sepamos a ciencia cierta el origen de esta
figura, pero mientras tanto a mí me gusta pensar que es el cepedano más pequeño y antiguo de nuestra querida
tierra, y que desde su atalaya de cuarcitas doradas vigila desde la noche de
los tiempos el vuelo de los vencejos mientras escucha, a sus pies, el rumor del rio Tuerto.
6 comentarios:
Nos alegramos que sigas en tu línea de investigación y divulgación, te seguimos de cerca y esperamos que te animes a alguna de nuestras salidas. Saludiños
Me parece que a menudo tratamos de racionalizar los misterios. Si los petroglifos se encuentran por todas partes y no se conoce su origen pues es que nos encontramos con un pensamiento mítico y cultos ignorados. Cosas vivas, mensajes, grabados en las piedras, esa gente grababa sus pensamiento y sus incógnitas en las piedras.
Una pregunta: ¿sabes si se han encontrado fósiles en esa zona que tanto has recorrido? ¿Y si en vez de mirar a las estrellas lo que miraban era al suelo, en la tierra, en las cimas, en las simas, encontraban trilobites? ¿Porqué estaban ahí? Por todas partes; tenían la misma capacidad de asombro que nosotros pero menos conocimientos. Un trilobites, un laberinto. ¿Alguna relación?
En León vive José Vicente Casado, un gran experto en meteoritos y ¡en fósiles! Tiene una colección impresionante y podías contactar con él. Ha realizado grandes esculturas de dinosaurios para muchos parques de España y Europa y seguro que habrá estado buscando piedras por La Cepeda y la Maragatería. Escribe le a su web litos que es un amigo mío y seguro que estará encantado de charlar contigo.
http://caminodelasluciernagas.blogspot.com.es/2012/02/metoritos-un-libro-de-jose-vicente.html
http://www.litos.net/principal/
Hola Daniel,
Lamentablemente la Maragatería no es muy pródiga en fósiles. Apenas unos minúsculos graptolites en algunas pizarras y poco más. Sin embargo en el otro lado del Teleno -en La Cabrera- sí aparece algún trilobite y las huellas que estos dejaron en la arena. Un día hablé con José Vicente y me dijo lo mismo, que hay muy pocos fósiles en esta zona. Y fastidia, la verdad, y más estando rodeados por los fósiles del Carbonífero bercianos...
¿Has leido el articulo que sale hoy en Diario de Leon?. Es muy interesante.
Esos grabados de Manzanal del Puerto son muy curiosos. Los investigadores hablan de "estela cosmológica de la Edad del Bronce" y a mi me parece un poco aventurado, pues conozco símbolos muy parecidos asociados a la Edad Media. Ojalá tengan razón..
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