jueves, 7 de noviembre de 2013

LOS SÍMBOLOS GRABADOS EN EL CASTRO DE SOPEÑA

  Este artículo fue escrito como una colaboración al boletín cultural Revista de la Cepeda                       

Conocido en la antigüedad con el hermoso nombre de “Petra Leve”, el asentamiento prerromano situado en la localidad de Sopeña se yergue sobre el horizonte como un velero que cabalgase las olas. En lo más alto, como si fuera el puesto de vigía, se alza un farallón de cuarcitas que desciende casi verticalmente hasta el río Tuerto. Quizá el Homo neandertal y sus antepasados los Homo heidelberguensis  cruzaron en un remoto verano del Paleolítico Inferior el rio cuando este pasaba por encima del castro, pero después de incontables riadas  las aguas han buscado su cauce por el estrecho pasillo ganado a las cuarcitas que allí se encontraron.
El resultado es un promontorio defendido por la altura de las rocas y por el propio río. Estas coincidencias geológicas fueron aprovechadas por nuestros antepasados prehistóricos  para situar sus poblamientos, que si bien en el Neolítico final y principios de la Edad Del Bronce se situaron en los valles recién domesticados y de fácil acceso, fueron paulatinamente fortificándose, enrocados en promontorios como este. La ladera aterrazada orientada al sur no es más que la consecuencia de la disposición de las cabañas que en su día formaron un entramado habitacional bastante irregular, comparado con la ordenada traza romana que pudo tener siglos después, cuando las legiones de Augusto sometieron al pueblo astur y romanizaron el asentamiento.
Es complicado hablar de cómo pudieron haber sido las cosas en Petra Leve hace dos o tres milenios, y más con la ausencia casi absoluta de datos arqueológicos  o excavaciones que pudieran guiarnos en ese sentido. En todo caso, es de suponer un origen astur al asentamiento, y que después de la conquista romana  pudo pervivir  al amparo de la cercana Asturica Augusta. Esta cercanía y los productos agropecuarios de la vega del rio Tuerto debieron originar un comercio continuo y productivo que,  ya en tiempos de la Pax romana, pudo aumentar los límites del castro primitivo, extendiéndose  el núcleo de población ladera abajo. Si alguna vez se realiza un estudio del lugar, no sería extraño encontrar restos de aquellas construcciones cerca de la carretera  e incluso al lado del río.
De las rocas que coronan la parte más alta del castro destaca la conocida “Peña de Santiago”, rematando el farallón cuarcítico y con un plano horizontal orientado al oeste.  En esta superficie se encuentran grabadas las famosas herraduras que según la leyenda popular se atribuyen a las huellas de las herraduras del patrón Santiago.


     La Peña de Santiago coronando los bloques de cuarcita. Vista desde Presarrey

 A principios de los años 50 del siglo pasado  Luis Alonso Luengo  escribió un artículo titulado  "Elementos paganos y heterodoxos en el León antiguo", donde a su vez se citan varios trabajos de  José María Luengo al respecto de este tema:

"Es curioso notar que el contorno todo de esta comarca se envuelve en una atmósfera sacerdotal, como se delata en el Castro de Sopeña, a tres kilómetros de Astorga, con sus leyendas religiosas, antiguas y medievales, y donde en la peña cortada a tajo sobre el río, aparecen siete marcas talladas, en forma de herradura, "representaciones del ídolo femenino símbolo de la fecundidad, en su estilización dentro de la fase del periodo eneolítico y renovada después bajo la cultura celta-astur", según descubrió José Mª Luengo ("Notas para la Historia de León y su Provincia" y "El Castro de Sopeña", en el Pensamiento Astorgano, 6 de Septiembre de 1951), marcas que, según Luengo, nuestro máximo arqueólogo leonés, aparecen también en otros lugares de la provincia, y que si, al cristianizarse la zona, se asocian siempre a la leyenda de Santiago, y a la fascinación del Camino Jacobeo, (como en Sopeña, donde se atribuyen a señales de las herraduras del caballo de Santiago, que afincado en la peña saltó sobre Astorga, cayendo al otro lado de la ciudad, en un prado donde, al posarse el caballo, manaron cuatro fuentes -una de cada herradura- que son las llamadas "Fuentes de Santiago"), todo ello revela - según José Mª Luengo- "una pervivencia cristianizada de las religiones primitivas".
La tradición popular asegura también que en el momento del salto se le cayó el manto  (en otras versiones el manto sería de la Virgen), brotando al instante flores en la pradera y nenúfares en el río.


                                      Una de las herraduras o semicírculos de la Peña de Santiago


En la actualidad la zona está francamente deteriorada, con los restos  de la antigua vivienda del guarda de la Confederación Hidrográfica que regulaba la apertura y cierre de los canales de riego, casetas abandonadas y una imponente estructura metálica que se supone que es un pararrayos que ya no protege nada. A pesar de todo esto y de las pintadas grafiteras que afean el lugar  y retratan a los responsables, el entorno conserva el encanto y la magia de los lugares especiales, y desde siempre  ha sido utilizada como zona de baño en verano, paseos románticos y domingos tortilleros. Es costumbre también subir a lo más alto de las rocas a localizar las herraduras y admirar la vista panorámica que desde allí se divisa.
   Quizá por eso la Peña de Santiago posee hoy unos cuantos símbolos más grabados en la roca. La mayoría son de época reciente y algunos de ellos realizados por personas  con evidentes conocimientos sobre cantería, y a buen seguro con herramientas específicas para ese fin.  Una decena de grabados salpican la roca principal y alguna de las adyacentes, con símbolos de buena factura pero de pésimo gusto, con diversa simbología oriental y egipcia que “chirría” nada más contemplarla,  además de alterar el aspecto original del yacimiento.





                                       Algunos de los símbolos recientes de la Peña de Santiago

Teniendo en cuenta que las referencias antes citadas solo hacen mención a los 7 semicírculos o herraduras (en la actualidad casi invisibles), se acepta sin reservas que todos los demás grabados son añadidos en épocas muy recientes, y así puede ser en la mayoría de los casos, salvo algunos en los que se plantea alguna duda y otros inéditos hasta el momento y  que he podido localizar en una búsqueda más minuciosa. 
El primero de ellos es una cazoleta que aparece en la superficie horizontal y principal. No es citada  por Luis Alonso ni por José María Luengo, pero la pátina y los líquenes que la recubren demuestran una cierta antigüedad, la suficiente para que al menos estos historiadores la hubieran visto.  En mi opinión esta cazoleta puede ser contemporánea a la época prerromana del castro (Edad del Hierro), opinión que se afianza con el descubrimiento en una superficie horizontal de las rocas inferiores de una docena de cazoletas, algunas formando hileras y otras agrupadas, en algún caso tan juntas que han originado un desconchón en la roca con forma de trébol.
 Este petroglifo no debe de sorprender  en un entorno castreño, pues los altares con cazoletas pervivieron desde los tiempos neolíticos hasta la llegada del Imperio Romano. Los pueblos astures que lo habitaban en ese momento son el resultado de la integración de la cultura indígena anterior con las de las sucesivas oleadas de pueblos centroeuropeos. En estos lejanos territorios también se han documentado altares con cazoletas, por lo que en ese sentido podemos hablar de una cierta continuidad cultural, como así lo demuestran otras cazoletas que aparecen en otros yacimientos cercanos como las del Castro Encarnado de Cuevas.  




                                Una cazoleta aislada, posiblemente contemporánea de las herraduras.



                  Cazoletas agrupadas y formando líneas, talladas en una de  las rocas inferiores del castro



        Hay otro símbolo con forma de rombo con una cruz inscrita en su interior que necesitaría un análisis más pausado antes de incluirlo en la categoría de los grabados recientes. Las dudas en este caso son planteadas al coincidir con otros símbolos representados en el ya citado Castro Encarnado de Cuevas.  Al menos en cuatro ocasiones lo podemos localizar en este asentamiento de similares características (prerromano y romanizado después). Esta coincidencia debe hacernos plantear una cronología mucho más tardía (castreña o medieval) de este símbolo, y en todo caso alejada de los tiempos contemporáneos de los otros grabados.    


 
                                                  Rombo con cruz incisa. Castro de Sopeña


                        Una de las 4 figuras similares a la anterior del Castro Encarnado de Cuevas.


Hay una última figura que plantea las mismas dudas y que está situada en la Peña de Santiago, también junto a las herraduras y casi tan invisible como ellas. Se trata de un cruciforme de pequeñas dimensiones y cubierto totalmente por líquenes. Con unas medidas que apenas sobrepasan los 5 x 3 cm presenta un diseño muy sencillo que puede encajar en varios periodos. La parte superior es una cruz normal con los brazos en ángulo recto, y en la parte central del mástil sobresalen dos líneas con un ángulo aproximado de 40º. El mástil se prolonga en la parte inferior y se aleja de las dos líneas centrales.  No hay una base que cierre el típico triángulo de una supuesta cruz con peana.
Si bien el cruciforme puede interpretarse como un símbolo cristiano (en ese caso su cronología oscilaría entre la Baja y la Alta Edad Media), hay una serie de circunstancias en contra de esa adscripción, como son su diminuto tamaño y la total ausencia de otras cruces (en esa roca y en todas las demás). Tampoco tienen mucha explicación las líneas laterales oblicuas, pues solo hay que mirar la foto para darse cuenta que la base triangular que formarían sería tan grande como la propia cruz.     
          


La otra posibilidad es que se trate de una representación humana, lo que en la Arqueología  se denomina “antropomorfo”, y bajo este prisma las cosas parecen encajar mejor. Aquí no importa el pequeño tamaño, pues las representaciones de este tipo de figura no solían  hacerse para ser vistas desde lejos, y representaban más bien universos simbólicos restringidos a unos pocos individuos conocedores del “ritual”. Las líneas oblicuas antes mencionadas formarían las piernas, una de ellas ligeramente arqueada. Es obvio decir que la línea central que se prolonga por debajo representa el sexo de la figura. Comparando las tipologías de las cruces cristianas y las de los antropomorfos con forma de cruz, no se encuentran parecidos razonables entre las cruces religiosas, mientras que sí se encuentran paralelos en la de los antropomorfos. Concretamente la figura encajaría con el denominado “antropomorfo típico- sexuado”, si bien tengo que reconocer que en este caso hablaríamos de  “muy sexuado”. Es lo que hay…
Si  consideramos esta figura como un antropomorfo su cronología sería mucho más tardía, pudiéndose vincular a los orígenes prerromanos del castro en la Edad del Hierro. Al contrario que las cazoletas (que incluso pudieron haber sido realizadas por culturas prehistóricas anteriores a los astures), parece realizado con un instrumento de metal afilado, necesario para grabar líneas tan finas en la dura cuarcita.      
Quizá algún día sepamos a ciencia cierta el origen de esta figura, pero mientras tanto a mí me gusta pensar que es el cepedano  más pequeño y antiguo de nuestra querida tierra, y que desde su atalaya de cuarcitas doradas vigila desde la noche de los tiempos el vuelo de los vencejos mientras escucha, a sus pies,  el rumor del rio Tuerto.